Este singular año en el que de una forma u otra hemos podido venerar a nuestras imágenes y no quedarnos en casa lo más primordial era atender a quienes están más desfavorecidos y más impedidos.
Ningún nazareno de bien debería olvidar como desde décadas, con paciencia y mesura, nuestros abuelos nos han esperado cada Jueves Santo, pacientes, humildes, para que nuestro paso por el Hospital fuese para ellos un aliciente mínimo, un soplo de aliento y alivio y la posibilidad de llevarles a nuestros amados y venerados titulares ante sus ojos.
No íbamos a dejar pasar este año sin visitarles, y por ello, y aunque fuesen solo unos minutos hemos deseado estar junto a ellos. No hay descripción ni palabras para rememorar como ha sido, aunque escudriñando en el diccionario aparezca una ejemplar: AMOR.
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