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Esta Madrugada tampoco podremos realizar la estación de penitencia, con la que la Hermandad da cada año testimonio público de fe, acompañando a las sagradas imágenes de sus Titulares, expresión visible del amor de Dios invisible, y adorar a Nuestro Señor en la Eucaristía. Dejar de hacerlo no es irrelevante, porque es razón fundamental de nuestra identidad. Y no es solo la contrariedad que supone no poder cumplir un rito personal, íntimo, sagrado para muchos, de encuentro con uno mismo, con los hermanos y con Dios, que también, sino perder una gran ocasión de dar testimonio personal y como Hermandad en este tiempo de desesperanza, miedo, desorientación; de cultura del descarte y muerte; saturados de cifras e información, pero faltos de lo fundamental: ser capaces de ver a Dios presente en nuestras vidas, también ahora.

Hace mucha falta tocar los corazones y agitar las conciencias de tantos que no saben o no se han preguntado por el Abrazo redentor de Dios. Por eso desde hace casi cinco siglos salimos en Estación de Penitencia siempre que no haya causa que lo impida; y si la hay, como estos años, no por ello dejamos de ser Nazarenos, porque la esencia permanece: somos Nazarenos porque creemos en el Dulcísimo Jesús Nazareno y lo seguimos, en la Madrugada y también cada día. Avivemos en nuestro corazón las brasas de la fe y demos testimonio en este tiempo tan difícil con firmeza, serenidad y esperanza, atendiendo también con mayor dedicación el ejercicio de la caridad con los más necesitados.